8. Intimidad

El mejor de los hombres es semejante al agua,
La cual beneficia a todas las cosas, sin ser contenida por ninguna,
Fluye por lugares que otros desdeñan,
Donde se acerca más deprisa al Tao.

Así, el sabio:
Donde mora, se acerca más deprisa a la tierra,
En el gobierno, se acerca más deprisa al orden,
Hablando, se acerca más deprisa a la verdad,
Haciendo tratos, se acerca más deprisa a los hombres,
Actuando, se acerca más deprisa a la oportunidad,
En el trabajo, se acerca más deprisa a lo competente,
En sentimientos, se acerca más deprisa al corazón;
No lucha, y así permanece libre de culpa.

Lao Tse

Tao Te Ching

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lunes, 29 de julio de 2013

AGNUS DEI Y AÑOS NEGROS


Fue el día cuarenta y cinco, del mes quince, del año verde... 

Ah, primero les contaré por qué menciono de esta forma al tiempo. Desde hace millares de lunas la forma de nombrarlo se da por el tono del color de cielo en el horizonte, el primer día de la primavera. Desde entonces, todo ha cambiado tanto. Los meses dejaron de ser de treinta días y los días se encogieron por la parte que les toca hacia la noche. Utilizar el vocablo “hoy” es arriesgarse con un concepto nada concreto, claro está, nunca ha sido apropiado decir: hoy, ahora, ayer, mañana, momento, instante, pues cada vez que lo estamos expresando, la inercia del movimiento hace que el tiempo siempre vaya corriendo hacia atrás o hacia adelante, hacia lo manifestado o hacia lo inmanifestado, hacia lo blanco o hacia lo negro, hacia arriba o hacia abajo y, justo en el momento que estoy tratando de describirlo ya no es tal cual como se los estoy contando. No sé cómo agarrar cada una de esas palabras porque cuando las voy poniendo en el papel de una vez se escapan y vuelan como nubes de mosquitos en medio de la manigua húmeda. Les decía, los días se encogieron y esto trajo como consecuencia otros de una duración aproximada de doce horas, semanas de catorce días y meses de ocho semanas; los años, fueron más voluminosos y negados a dejarse nombrar como siempre, prefirieron ser llamados como las tonalidades infinitas del espectro, se sabían vibración pura y sujetos de identidad indefinida. Ustedes dirán que esto que les cuento es solo cháchara, tema de locos, que no es posible tal cosa. ¡Pero qué se le va a hacer! En realidad, nadie puede contradecirme, no se dieron cuenta del cambio ocurrido, no quisieron conocer nada ni experimentar más sensaciones porque andaban embotados haciéndole gimnasia al dedo pulgar de cada mano sobre unas cajas muy pequeñas que finalmente se les quedaron adheridas. Todos están alelados. No usan la voz ni la mirada para observar el mundo, no sonríen ni besan, no acarician ni saben qué tibieza tienen los cuerpos de sus congéneres y lo peor de todo, también dejaron de usar el olfato y el gusto; están allí, asomados a la ventana de la cajita, dizque enterados del "vecindario global". La gran mayoría aunque viva en la misma casa jamás ve al otro, no importa que estén sentados frente a frente.

Vuelvo a lo que en realidad me compete. Relataré de manera sucinta lo que me ocurrió desde, supuestamente, el día anterior.

Sobre la mesa había una taza de café y una nota llena de olvidos. El calor de esa taza se fue con el primer sorbo que le di. Mis labios, antes rojos, se cargaron de abulia veraniega, tan resecos que se rasgaron cuando quise sonreírle a una mariposa.  La noche estaba llena de vacíos y de vagar de sombras. Dentro, la casa bullía de silencios y palpitaba cándida la idea del tiempo de la espera que se sabe retoño, que se sabe abono de una tierra será que plantada por duendes buenos, bien cuidada contra malezas y caretas de ceños fruncidos. Había anuncio de tormentas de agua y arena, los relámpagos y los truenos enviaron sus misivas; algunos elementales les atajaron esas ganas y las nubes, a punto de parto, debieron mantener su vientre lleno. Ardía la tierra, ardía de celo, ardía de hambre y moría lentamente como reo condenado a mil años más veinte cadenas perpetuas. Yo suspiraba de penas, boqueaba de sed, así como boquean las almas cuando en soledad hacen el recuento de todo lo que ha pasado por su vera y cómo lo llegado fue dejado ir. Por los rincones andaba rastrero el deseo de mil puertas abiertas, los instantes añorados acariciaban con sentimiento de dolor  y acunaban en su regazo el sueño de volver a la casa vieja. Parece loco todo lo que narro y describo pero todo ha sido muy extraño después de haber cerrado la boca, supuestamente la noche anterior, con la frase -hasta mañana-, antes de irme a dormir. 

Hoy es primer día de lo que antes fuera, dizque la primavera, sin embargo, el horizonte está teñido de negro. Es el año negro. Abrí los ojos. No sé qué engendro bordó punto de cruz sobre mis labios y me hizo tragar sin masticar, la voz y unas cuántos trozos de pan. Después de tal costura, todo lo que quiera decir deberé soltarlo por los ojales que han quedado en las comisuras de mis labios y, eso será posible, si no se le ocurre a alguien coser allí dos botones para que no salga nada. Ojalá todo volviera a ser como antes, o aceptar que lo que está pasando es y debe ser, y entender que me fui del mundo en que vivía, que hoy ya son muchos los seres que están habitando el espació que me pertenecía en y fuera del cuerpo mío.

No sé cuántos colores del espectro hayan transcurrido desde entonces, solo sé que me quedé dormida el día 45 del mes quince del año verde y que hoy es, como ya lo dije, el inicio del año negro. Todos dicen que estos ciclos negros siempre son de lápidas, de responsos y sepelios. Mis labios siguen cosidos. La taza de café y la nota están aún sobre la mesa. Suena una campanilla, la escucho salir desde mi ordenador. No crean que es la hora del "agnus dei", mis queridos señores, ¡llegó la hora de... chatear! No necesito descoser mi boca porque con un dedo de cada mano tengo de sobra para hablar durante muchas horas y este año negro me dará todo el tiempo del mundo para escuchar y responder miles de veces ese tañido.

Ana Lucía Montoya Rendón
Julio 2013

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