Estaba
adentro, como siempre.
Asomándome a
esos mundos que dentro de mí existen y que, independientes de mí, viven.
Mirando cómo la consciencia, casi ahogada, en pozo profundo pataleaba por
zafarse de algún yugo. Se marcaban su contornos y sobresalían los estertores de su cuerpo a través de la
claridad de un vestido aún no diseñado. Se movían como nudo de sierpes. Así,
desde un ángulo que a ella no le quedaba fácil ver que la observaba, la dejé
ir... desde esa perspectiva vi cómo el tono de su piel pasó de rosado a violáceo
y finalmente a gris plomizo. Así se fue a un lugar desde el cual me envió un saludo dichoso, con el que me indicaba que el conocimiento de la libertad la había poseído
Ana Lucía
Montoya Rendón
Junio 2013
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