Estamos frente a una sombra, sin poder señalarle
los contornos, ni los gustos, menos el perfil de su gracia o lo agudo de sus
caprichos; sin poder determinar el alcance de su obra, ni la finalidad de sus
proyectos, solo debemos atenernos al susurro de su voz en campo abierto o al
silbo que usa para nombrar sus más caros apetitos y la puntualidad de cada una
de sus fobias. Cuando amanece, salta a esconderse debajo del primer rayo de
sol, pues sabe que desde allí, la penumbra lo bebe de un sorbo, así puede
hacer parte de todos los valores de alta densidad, pesados como remordimientos,
pesados como piedra atada al cuello del condenado a morir ahogado; sombra que,
luego, cuando caiga la tarde, saldrá de su escondrijo a bambolear los ardores
latentes entre las piernas de su olvido y su pecho, y, mortalmente afligido por
las cosas que no hizo. La tarde muere en su presencia como flor de un día, como
parpadeo de ideas nunca concebidas —raro parpadear que existe, muy apreciable en
la chispita de sus ojos cuando se mira en el espejo—. Preámbulo es este periplo con el cual no se
pretende ponerte a pensar querido
lector, porque por más que leas nunca le verás el rostro ni conocerás, aunque
escudriñes, su identidad debajo de mil líneas escritas en un texto, detrás de
ninguna de sus tildes, ni del silencio que habita entre las imágenes que se
prenden y desprenden como chorro imparable en cada frase. Es una sombra
incolora a la vez que policromática, es de todo género y de todo reino. Esta
sombra se sabe habitante del Infinito y uno con todas las pasiones de las almas
de los que han sido, son y serán. Presentar un personaje de estos es un reto
porque su personalidad es parecida al “esto coloidal” que, crees lo tienes en
una mano cuando ya, caprichoso, se va zafando para ir a caer en la otra.
ana lucía montoya Rendón
mayo 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario