El ombligo,
siempre tan recatado le devolvió miradas displicentes, parpadeó con sorna ante
el engreído que de tanto agacharse para verlo y manosearlo, perdió toda su
dignidad.
Hoy ese ombligo
reina en la silla turca y, en el vientre que habitaba, hay un hueco que ríe
dichoso de ser auténtico vacío.
Ese
engreído llora, no porque se le subió el ombligo, no por el hueco ilimitado e
impalpable que tiene en su abdomen, realmente está acongojado y se lamenta,
porque no es más ente que su propio ombligo.
Ana Lucía
Montoya Rendón
Agosto
2013
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario