El
nacionalismo y, junto con él, la genuflexión ante los símbolos patrios, son las
primeras vacunas que reciben los seres humanos para que olviden su maravillosa
naturaleza libre y se dejen llevar en fila india hacia a la mansedumbre. Esto
es eterno. Antes de la existencia de las naciones, yendo hasta los orígenes de
la sociedad humana, es verdadera tara social esa línea de poder, enfermedad
crónica que aplasta a la Humanidad. El 99.9%, de los líderes de los grupos
humanos a través de la Historia tienen olfato canino, por tanto, se puede
hablar de líderes perros o zorros. Perros o zorros o, ¿hienas? o todo junto.
Pastores (patriarcas), todos esos que pelearon, que pelean y pelearán por
detentar el poder, estén ubicados a la diestra o a la siniestra. Y para colmos,
cada día aparecen más perritos, ¡oh, disculpas!... más líderes, además de los que ya existen; son
aquellos ovejas que por épocas saltan de la manada y mutan a divinidades.
Cuando los
dueños de las primeras manadas humanas entendieron lo útil de delimitar sus
territorios inventaron la devoción a determinados símbolos, así sus rebaños seguirían dentro del territorio delimitado, creyendo que cada centímetro
cuadrado era suyo; con ese sentir jamás han pensado en salirse de los lindes
que le ha marcado el pastor, patriarca o líder...
"patri-arca", padre, el depositario de todos los derechos del clan.
¡Esto no ha cambiado, sigue igual, todos envueltos en fundamentalismos de mil
tonalidades! Así estarán por siempre, todos mansos y, supuestamente dichosos, viviendo en el patio trasero.
Ana Lucía Montoya Rendón
Junio 2013
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