8. Intimidad

El mejor de los hombres es semejante al agua,
La cual beneficia a todas las cosas, sin ser contenida por ninguna,
Fluye por lugares que otros desdeñan,
Donde se acerca más deprisa al Tao.

Así, el sabio:
Donde mora, se acerca más deprisa a la tierra,
En el gobierno, se acerca más deprisa al orden,
Hablando, se acerca más deprisa a la verdad,
Haciendo tratos, se acerca más deprisa a los hombres,
Actuando, se acerca más deprisa a la oportunidad,
En el trabajo, se acerca más deprisa a lo competente,
En sentimientos, se acerca más deprisa al corazón;
No lucha, y así permanece libre de culpa.

Lao Tse

Tao Te Ching

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jueves, 5 de marzo de 2015

A TIENTAS SOBRE UNA LÍNEA IMAGINARIA



Han sido borrados todos los caminos hacia la casa vieja, también fueron borrados con infinitas capas de niebla, aquellos mantos dorados que cubrían las primeras horas del día; borrados la vaquita, su ternero y “la postrera” y los ojitos de rocío sobre la hierba. Todo nos lo borraron. Solo queda cerrar los ojos e imaginariamente recorrer tantos rostros para buscar en cada uno el aroma de azahares de los cafetales o los naranjales florecidos, el sabor de los “tragos”, y la ingenuidad brillante de los amaneceres cundidos de trinos, arrullos y relinchos. Queda buscar en alguna parte del recuerdo aquella mesa con el dibujo del “triqui” y de nuevo ver las facciones curtidas de los trabajadores, iluminadas por la luz inquieta de una vela. Tratar de escuchar de “aquella voz” las historias de Peralta, Pedro Rimales y la Patasola mientras, de los costales, entre todos, escogían el café bueno de la “pasilla”. Hay que revisar si debajo de los párpados aún baila el resplandor de la última molienda. El recuerdo huele a melado de caña y al aliento de las bocas de aquellos hombres que bebían “tapetusa” y fumaban cigarrillos Pierrot, El Sol o Piel Roja. Se revuelve y se solaza la memoria sobre la tierra colorada del patio de la finca mil veces rayada de serpientes “rabo de ají” y de comadrejas vespertinas alborotando el gallinero. A esa hora de la tarde olía a fríjoles con coles, a arepas, a chicharrones, a claro de maíz con leche o a tetero (agua de panela caliente con leche). Aparecen y desaparecen todas esas imágenes detrás de la casa de bahareque. Coquetean buscando el olvido, buscando raspar del alma aquellas huellas. Viajar así es saltar sobre la cuerda floja y caer en cualquiera de los picos más altos de aquellas cordilleras. Ni vivir, ni morir. Quedarse allí, simultáneamente dentro de todas las páginas de esa historia que, por épocas, se diluye confundida entre azúcares y llanto. Así la memoria tiene el sabor del desarraigo.


Ana Lucía Montoya Rendón
Marzo 5, 2015

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