1.
Tengo
casi toda la dentadura debido a la mala situación económica que acompañó a mi
familia casi todo tiempo, ¡afortunadamente!
Las
familias que tenían un poco más de poder adquisitivo, llevaban a los hijos al
dentista para que les “sacara” el diente o la muela que les dolía… y, de paso, les mandaban a hacer una prótesis
“bien bonita”, generalmente en oro; y, para que se viera más bella la sonrisa
de la “víctima”, le hacían incrustaciones en oro en sus dientes sanos.
Allá,
en el monte donde nací, esas historias de dentistas y tenazas fueron los
primeros cuentos de horror que conocí.
2.
Un
día escuché el relato de un poeta de la costa norte de nuestro país, Colombia.
Contaba él que, uno de sus hermanos, desde que había quedado en la inopia había
empezado a sanar de la diabetes que lo aquejaba. El hombre, cuando estuvo boyante,
se aplicó a todos los excesos. Hoy que regresó al caserío de pescadores donde
nació, debe pescar y preparar sus alimentos, lo que le implica mucho ejercicio,
sobre todo al aire libre; todo esto le ha generado la recuperación de la salud…
y, posiblemente, de una “insipiente consciencia”.
3.
Dicen
que la gota era enfermedad de los reyes y de la familias pudientes porque
tenían acceso a todos los alimentos “refinados” y, a muy buena cantidad de
proteínas que el organismo no alcanzaba a metabolizar, depositando en las
articulaciones en forma de cristales, los excedentes no eliminados.
El
pueblo pobre, si todavía tiene la fortuna de vivir en el campo, casi nunca
sufre de problemas óseos. Ellos, para ir al “corte”, deben caminar “varios
puchos”. “Comían” (así como lo digo, en pasado) lo que la tierra les daba. Los
pobres de hoy no tienen enfermedades, ni dientes, ni fatiga… ni vida… ¡viven
muertos… de hambre!
4.
Un
hombre vivía rozagante. Todo aquel que se lo encontraba le aplaudía su aspecto
saludable a lo que contestaba que todo se debía a lo precario de su situación. Entonces explicaba que por las mañanas
donde le ofrecieran algo de comer, lo tomaba, porque nunca sabía si vería asomo
de almuerzo. Si la hora del almuerzo lo encontraba frente a una mesa abundante,
almorzaba, previniendo que de pronto llegara la noche y no tuvieses nada para
cenar. En las noches tomaba lo que le ofrecieran porque, decía, “Uno nunca sabe
cómo se presente el día de mañana… a lo que concluía, ¿se fija porqué me
mantengo tan robusto y saludable? ¡Por la mala situación económica!
5.
Debido
a la precaria situación de nuestros países —nuestras economías precarias, y no
por falta de riquezas sino debido a las ansias
desbocadas de poder y de dinero de los gobernantes de turno que, dándose golpes
de pecho, pero no por arrepentimiento, sino para que les baje el atoramiento, se
quedan con lo que le corresponde por derecho natural a los ciudadanos—, muchos
debemos enfrentar la condición de “obsoletos” a partir de una edad bastante
temprana. Esta bendita mala situación nos permite estar más dedicados a… ¿qué
quería decir? Creo que iba a decir al olvido de lo material y a adorar lo
sutil, a llenarme de aire, de paisajes, de cantos de aves, sobre todo de
sueños.
¡Viva
la mala situación!
Nota:
Nota:
La sobrevaloración de la pobreza… triste
concepto extremo, reforzado en aquella frase que dice, “Es más fácil que un
camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de
Dios”, con eso han asegurado durante más de 20 siglos que el redil adore su
estado de mendicidad. Este concepto ha sido uno de los lavados de cerebro más
evidentes que hayan sido inyectados en el rebaño. En las comunas, barriadas, favelas,
villas, orillas, cordones de miseria, etc., como se les llame en cada uno de
nuestros países, se escucha esa cantinela feliz de los muertos de hambre… y,
los Estados corruptos, felices de ver cómo los líderes populares ahondan en los
miserables esos sentimientos. Les han metido en sus cabezas la idea de que “la
dignidad de la PERMANENCIA en la pobreza” es lo más venerable que pueda
ocurrirle al ser humano (por esa esperanza de un cielo… y la revancha de un
infierno para el ricacho). Nadie quiere saber del justo medio. Nuestros viejos
para indicar lo bondadoso del camino del medio, decían: “ni mucho que queme al
santo ni poco que no lo alumbre”. Nadie quiere pensar por su cuenta, quieren
que les pongan en sus platos “la ración” que deben pensar cada día y, de adobo
les dicen que, quien no reciba la misma ración de pobreza es un maldito burgués
crecido… con un agravante, son tantos siglos pensando de la misma manera que,
casi que se ha vuelto genética esa forma de ver las cosas y los acontecimientos…
Hay días en que pienso… solo a veces.
Ana
Lucía Montoya Rendón
Enero
20, 2015
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