¿Quién es esa que vibra histérica cuando el silencio grita
henchido de colores, de aromas y amaneceres? ¿La que por sensual recato
arrebuja desnudeces entre cortinas de humo, que cabalga y se mece en el filo
del vacío para morir dichosa enjaulada entre memorias y olvidos? ¿Quién es esa
que, fraterna va y viene entre fantasmas y se pierde en la placidez de los
contrastes ofrecidos por las luces y las sombras? Hembra enajenada que busca
compañía entre sus hermanas esperanza, agudeza y lejanía y se acurruca detrás
de la tímida violeta. Que no acepta chismes de ausencias ni transa cuando le
dicen que son ilusorios los cascabeles de la risa del agua, —inocente hilo,
neonato entre montes vírgenes, niño mimado de las ondinas—. Ella, hilandera de
ideas urde con el Tiempo y el Espacio una trama para hacer una manta para los
huérfanos de Amor y anhelos; es la que escribe sus cuitas con letras de
alfabetos del ayer, del hoy y del mañana para que todos comprendan que dentro
de cada uno de nosotros siempre hay una voz de carne y fuego. Ella está hecha
de agua y sed. Es una golosa que se ahíta con el candor de las miradas de un
infante, de un perro, o con la soñolienta de un gato consentido y se enternece
con la historia humana anotada en las arrugas de esos libros que llamamos
hombres y mujeres viejos. Es bella, hospitalaria, excelente consejera. Su
nombre, Soledad, su apellido paterno, Verdadera Compañía.
Ana Lucía Montoya Rendón
Octubre 2013
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