Solos e íntimos. Sin recato. Desnudos.
Onanistas puros, intensamente sensuales y sensibles; de manos hábiles. Ávidos
de luces y de sombras, con la atención puesta en la búsqueda del máximo
deleite, dispuestos a exigir y a conceder. En esas condiciones y armados de un
lápiz, aunque sea de punta roma y, sobre un papel, aunque sea un trozo de
periódico arrugado, o una servilleta, o un panfleto de mínimos márgenes, nos lanzamos
a la conquista del amor, ciegos sin lazarillo, nos volvemos jefes de estado o
congreso nacional que apruebe o derogue leyes, nos creemos la voz del pueblo
para reclamar derechos o denunciar abusos. Así, tan ingenuos pero tan llenos de
coraje, nos volvemos pintores o músicos, capaces de explayarnos sobre la belleza
del paisaje o de copiar los sonidos del agua o la gracia del vuelo de las aves.
En solitario, muchas veces reflexionando sobre la vida y la
muerte, sobre el amor y el odio, sobre la esclavitud y la libertad, sobre lo
coherente y lo absurdo o, como psicólogos, diagnosticamos el porcentaje de
cordura que aún queda en el agua del tan mencionado jarrón azul.
Con esas dos herramientas, el lápiz y el papel, cual varita mágica, nos
volvemos hechiceros conocedores de las fórmulas que permiten sacar al demonio
de su escondrijo y conjurar el mal que aqueja a esa plantita que no ha vuelto a
florecer. Con tan solo lápiz y papel creamos o eliminamos universos, relatamos
génesis blancos, azules o negros; describimos nuestro éxodo hacia el cielo o el
infierno y, tocando trompetas, montamos los caballos del apocalipsis para ir
hasta el lugar donde está guardada la caja de pandora, le violamos los sellos sin
derramar una sola gota de sangre para buscar en ella el tamaño de los males que
le pueden sobrevenir al mundo y confirmar que la esperanza sigue teniendo
el mismo color. Somos capaces de describir de muchas maneras el sinnúmero de cualidades
y circunstancias de los siete elementos: detallamos las papilas de las lenguas
de fuego, montamos en la grupa del aire para ir a reconocer nuestras haciendas;
al agua le agregamos sal o azúcar, según el origen de las lágrimas. Al elemento
tierra lo incrustamos en nuestros órganos internos, así vemos que el corazón
enamorado es de arcilla colorada y el corazón dolido, de tierra negra colectada
en camposanto. Del quinto, el akasha, describimos su capacidad de memoria y nos
quedamos maravillados de cómo encontramos a cada raza habitándolo por todos los
rincones de su espacio infinito, donde también vive latente, el éxtasis; con el
sexto y el séptimo, nombrados Tiempo y Verbo, está la Locura; estos alcahuetes le
permiten a ella, gozar sinestesias y, la dejan transitar sonámbula a través de
sus deseos hasta mundos sutiles donde a los cuerdos les da miedo entrar aunque sea en sueños.
Sí, ser íntimos con el lápiz y el papel nos vuelve lujuriosos, valientes, atrevidos, arrogantes, ilusos y tremendamente felices.
Sí, ser íntimos con el lápiz y el papel nos vuelve lujuriosos, valientes, atrevidos, arrogantes, ilusos y tremendamente felices.
¡Cuánto placer ganado por
cada línea gestada en aquellos momentos tan íntimos!
Ana Lucía Montoya Rendón
Junio 2013
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