Cada día es referente ante el espejo. Vemos en él, el
conjunto de todos los ahora: el ahora de "tu yo" de siempre, que es
el mismo ahora nuestro, de ése, de aquél...o, mío; es el ahora mismo de
todos, seamos opulentos o, ateridos y desnudos. Ese ahora es el de la sombra y
sus cabriolas y de la luna que columpia distancias. Es el ahora del
archivo de una tierra que engulle recuerdos, el ahora de fosas vacías
sin historias, porque aburridas, tomaron el camino hacia una estrella no nacida.
En ese ahora está el fuego pobre, sin antorchas, pues las hogueras hace mucho
están de luto.
Cada día es de anhelos de lucidez, es de noches mudas, sin cantos de grillos,
sin besos coloquiales ni miradas cómplices. Es el día de lo acre, de la copa sin
agua y de los labios soliviando palabras y silencios; de la carne tiritando
ante el sol del medio día. Es de la aceptación del saludo de una boca delirante,
seductora y discursiva aunque en las calles nos griten que es mendaz y
leguleya. Cada día está cansado, se sabe inerme ante la embestida imparable del
ocaso; su luz ruge de impotencia porque llegadas las noches, jamás podrá preñar
al firmamento con luciérnagas y con voces que le susurren alientos nuevos. Cada
día nace yerto porque no puede tachonar de huellas las galaxias ni desandar los
pasos que le llevaron al abismo. Es un conjunto de castillo de naipes sin el
festejo de las vísperas, féretro sin coronas; es como aquellas manos grises,
muertas, aromadas de azucenas.
Cada día es un tejido de muchos vientres secos, donde apenas cabe el tamaño infinito del olvido. Relato inconcluso, donde el nudo
crece callado, sin solución. Días así son como aquellas personas
ciegas sin vara y sin perro, días con cúmulo de sueños suspendidos en la
punta de un dedo esperando caiga en tierra fértil, conscientes de que suelo firme es un instante en la primavera de las almas. Nadie llora
por lo árido de esos días, saben que alguien bebió sus manantiales y
se solazó en la creación de miles de Saharas. Nada borrará la magnitud del
Tiempo, nadie podrá cercenarles la existencia a los días. ¿Cómo imaginar al
Tiempo así, amputado? Cómo cojea y da brincos con él el deseo de volar hasta
agotar el horizonte.
Hoy los días están muertos. Así, cómo ir tras un cometa si ya no hay piernas que nos lleven; cómo abrazarlo si los abrazos ya no existen, amarlo sin corazón en el pecho y mirarlo, si los ojos escaparon de las cuencas. Todo es ilusión: no hay cometas ni hay días. Sí hay reyes y soles sin tronos ni cielos, sirvientes del demonio que creen que el fuego que les lame el ego son besos cariñosos desde Luzbel hasta... San Pedro; estos arrodillados quienes hicieron que cada día fuera lerdo, como lerdo el paso de todos los instantes.
Hoy los días están muertos. Así, cómo ir tras un cometa si ya no hay piernas que nos lleven; cómo abrazarlo si los abrazos ya no existen, amarlo sin corazón en el pecho y mirarlo, si los ojos escaparon de las cuencas. Todo es ilusión: no hay cometas ni hay días. Sí hay reyes y soles sin tronos ni cielos, sirvientes del demonio que creen que el fuego que les lame el ego son besos cariñosos desde Luzbel hasta... San Pedro; estos arrodillados quienes hicieron que cada día fuera lerdo, como lerdo el paso de todos los instantes.
Cada día tuvo su armonía, ahora, cada día nace muerto...
también nace muerto el tiempo ante y detrás de ese espejo.
Ana Lucía Montoya Rendón
Marzo 24 de 2013
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