HOY
VI ESTO
Hace
unos minutos llegué de caminar. Me senté un ratito a contarles a mi hermana y a
su esposo lo que vi en la calle. Nada extraordinario, sí maravilloso y
permanente, porque es parte del ciclo vital de la Naturaleza, la que no siempre
los que habitamos las ciudades, tenemos la fortuna de observar. Sí, vi a un
gato cazando un pájaro, uno de esos pájaros negros que se comen los maizales,
que acá, en el Valle del Cauca, llamamos chamones*, que en otras zonas los
llaman “cuclillos”.
Yo
estaba haciendo mi caminata mañanera cuando, a unos diez metros adelante, vi
que desde la mitad de la calle se lanzó un gato sobre un arbusto del sardinel.
Oí que chapaleó y chilló un pájaro, fueron segundos durante los que el gato
mandaba sus zarpas por entre las ramas y el pájaro se le escurría. Me detuve a
mirar. De un momento a otro empezaron a chillar muchísimos congéneres del
pájaro que vinieron a instalarse en los cables de la energía, encima del lugar
donde se encontraba el agredido; algunas pocas personas que pasaban también
pararon su marcha porque alcanzaron a pillarse lo que había pasado. El gato
miraba para todos los lados como si se diera cuenta que estaba copulando y que,
todos los voyeristas del mundo se hubiesen puesto a mirarlo, entonces,
disimulando, como dando la espalda para “tapar sus intimidades”, se retiró al
andén del frente. Él sabía que el ave había quedado herida. La víctima, o el
plato de comida, —pues no podemos negar que cada uno cumple su función de
eslabón en la gran cadena alimenticia—, cuando se dio cuenta que no estaba el
gato y que los amiguitos estaban cerca, sacó la cabeza por la parte alta del
seto, miraba como ese visor que tienen los submarinos ¿cómo llama? ah, sí,
periscopio, así vi la cabeza de asustado pájaro en la copa rasa de ese seto.
Creo que a estas alturas (han transcurrido unas dos horas de ese evento), el
gato debe haber terminado su tarea; él sabía que el animalito estaba herido y
que los compañeros solo podrían cantarle algunos réquiems, además, como el
plumaje es negro azabache, llevan su luto para ese tipo de momentos.
Al
contarles a mi hermana y mi cuñado, lo que había visto, recordé otro episodio
similar, el de un gato que cazó un ratoncito en el rosal de la finca de una
amiga nuestra. Aquel gato hizo lo mismo que éste con el chamón, le quitó las
fuerzas con un “suave mordisco”, y jugó con su presa todo lo que quiso, con parsimonia, como
cuando y de manera muy graciosa, juegan con las bolas de hilos de lana, pero
había una diferencia, que el gato de mi amiga era nudista, tan desinhibido que
todo el ritual lo desarrolló delante de nosotros, concentrado a cabalidad, en
su oficio.
Estas
son películas que se quedan en nuestra mente, se instalan y jamás se van.
Muy
interesante es el abanico de sentires desplegado cuando uno cuenta algo como
esto que acabo de relatar. Aparece el tinte personal de cada uno, esa óptica
individual ante las circunstancias tan particular pues cada uno divide a los
protagonistas de un relato, en malos y buenos, sin saber que, en estos casos de
la vida natural de los seres, lo que acontece es parte necesaria de la
evolución y mantenimiento de las especies.
Ana
Lucía Montoya Rendón
Agosto
2014
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