8. Intimidad

El mejor de los hombres es semejante al agua,
La cual beneficia a todas las cosas, sin ser contenida por ninguna,
Fluye por lugares que otros desdeñan,
Donde se acerca más deprisa al Tao.

Así, el sabio:
Donde mora, se acerca más deprisa a la tierra,
En el gobierno, se acerca más deprisa al orden,
Hablando, se acerca más deprisa a la verdad,
Haciendo tratos, se acerca más deprisa a los hombres,
Actuando, se acerca más deprisa a la oportunidad,
En el trabajo, se acerca más deprisa a lo competente,
En sentimientos, se acerca más deprisa al corazón;
No lucha, y así permanece libre de culpa.

Lao Tse

Tao Te Ching

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sábado, 30 de junio de 2012

MONO-TONAL



Desde el coloquial silencio, ése que bebe alientos entre comas y puntos a parte. Desde el deje lerdo de los puntos suspensivos, desde la concavidad de los paréntesis o desde la risa forzada escapada de inapetente y desdentada boca. Desde allí los silencios vencidos narran con gestos pantomímicos, detalles de experiencias rastreras. De hambre y rabia gritan desconsolados. Babean fuego ante la repelencia con la que los tratan la gracia y el celo. Desde lo empinado de esos silencios, cimas vírgenes de un Himalaya onírico donde ha quedado congelado el alma de blancura enferma y pesada como fierro al cuello, desde allí trata de degollar insomnios. Sí. desde esa cárcel blanca vienen mil jinetes, cortejo absurdo bordado de luces y de sombras. En el séquito van de blanco o de negro los fantasmas, erectos y elegantes, marchando sobre huellas signadas en la memoria del frío. Entonan cantos de viajeros, van y van, mas nunca llegan porque ninguno sabe hacia dónde va. Así, desespera el alma enredado en sueños dibujados sobre el espejo de una laguna quieta. Qué locura ser al tiempo este singular cortejo y cadáver soñoliento.

Hay ilusiones en el borde de sus labios, hay en esas ilusiones muchos días y noches apagados. En el color de sus ojeras duermen inviernos y veranos y, en esquinas oscuras de su mente la estrangulan los abrazos de su gente, de su tierra, todos ellos, su sangre, sus hermanos.

Tantos entes le gritan por sus poros, de ellos, sádicos y morbosas, el tiempo y las heridas. Qué manía la suya ir desnuda exhibiendo anhelos. Cómo rogar a los dioses perdón para que de sus gargantas fluyan acentos sanadores. Ve como eclosiona subversivo, el blanco para el muerto, miliciano e intransigente para el indefenso vivo. También ve a las margaritas inocentes enredadas en la alambrada, ellas su amor, en otro corazón cautivas.

Cómo hará desaparecer el mutismo cruel del Tiempo, cómo pondrá en su faz un nuevo Sol. ¿Quién revivirá a las estrellas aunque hayan muerto antes de nacer? Cómo hará para apagar la letanía de su voz, partitura monótona de ayes en mil octavas, sostenido réquiem entre las columnas de su templo



Ana Lucía Montoya Rendón

Junio 2012

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