8. Intimidad

El mejor de los hombres es semejante al agua,
La cual beneficia a todas las cosas, sin ser contenida por ninguna,
Fluye por lugares que otros desdeñan,
Donde se acerca más deprisa al Tao.

Así, el sabio:
Donde mora, se acerca más deprisa a la tierra,
En el gobierno, se acerca más deprisa al orden,
Hablando, se acerca más deprisa a la verdad,
Haciendo tratos, se acerca más deprisa a los hombres,
Actuando, se acerca más deprisa a la oportunidad,
En el trabajo, se acerca más deprisa a lo competente,
En sentimientos, se acerca más deprisa al corazón;
No lucha, y así permanece libre de culpa.

Lao Tse

Tao Te Ching

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jueves, 21 de agosto de 2014

HOY VI ESTO

HOY VI ESTO

Hace unos minutos llegué de caminar. Me senté un ratito a contarles a mi hermana y a su esposo lo que vi en la calle. Nada extraordinario, sí maravilloso y permanente, porque es parte del ciclo vital de la Naturaleza, la que no siempre los que habitamos las ciudades, tenemos la fortuna de observar. Sí, vi a un gato cazando un pájaro, uno de esos pájaros negros que se comen los maizales, que acá, en el Valle del Cauca, llamamos chamones*, que en otras zonas los llaman “cuclillos”.

Yo estaba haciendo mi caminata mañanera cuando, a unos diez metros adelante, vi que desde la mitad de la calle se lanzó un gato sobre un arbusto del sardinel. Oí que chapaleó y chilló un pájaro, fueron segundos durante los que el gato mandaba sus zarpas por entre las ramas y el pájaro se le escurría. Me detuve a mirar. De un momento a otro empezaron a chillar muchísimos congéneres del pájaro que vinieron a instalarse en los cables de la energía, encima del lugar donde se encontraba el agredido; algunas pocas personas que pasaban también pararon su marcha porque alcanzaron a pillarse lo que había pasado. El gato miraba para todos los lados como si se diera cuenta que estaba copulando y que, todos los voyeristas del mundo se hubiesen puesto a mirarlo, entonces, disimulando, como dando la espalda para “tapar sus intimidades”, se retiró al andén del frente. Él sabía que el ave había quedado herida. La víctima, o el plato de comida, —pues no podemos negar que cada uno cumple su función de eslabón en la gran cadena alimenticia—, cuando se dio cuenta que no estaba el gato y que los amiguitos estaban cerca, sacó la cabeza por la parte alta del seto, miraba como ese visor que tienen los submarinos ¿cómo llama? ah, sí, periscopio, así vi la cabeza de asustado pájaro en la copa rasa de ese seto. Creo que a estas alturas (han transcurrido unas dos horas de ese evento), el gato debe haber terminado su tarea; él sabía que el animalito estaba herido y que los compañeros solo podrían cantarle algunos réquiems, además, como el plumaje es negro azabache, llevan su luto para ese tipo de momentos.

Al contarles a mi hermana y mi cuñado, lo que había visto, recordé otro episodio similar, el de un gato que cazó un ratoncito en el rosal de la finca de una amiga nuestra. Aquel gato hizo lo mismo que éste con el chamón, le quitó las fuerzas con un “suave mordisco”, y jugó con su presa  todo lo que quiso, con parsimonia, como cuando y de manera muy graciosa, juegan con las bolas de hilos de lana, pero había una diferencia, que el gato de mi amiga era nudista, tan desinhibido que todo el ritual lo desarrolló delante de nosotros, concentrado a cabalidad, en su oficio.

Estas son películas que se quedan en nuestra mente, se instalan y jamás se van.

Muy interesante es el abanico de sentires desplegado cuando uno cuenta algo como esto que acabo de relatar. Aparece el tinte personal de cada uno, esa óptica individual ante las circunstancias tan particular pues cada uno divide a los protagonistas de un relato, en malos y buenos, sin saber que, en estos casos de la vida natural de los seres, lo que acontece es parte necesaria de la evolución y mantenimiento de las especies.

Ana Lucía Montoya Rendón
Agosto 2014

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viernes, 15 de agosto de 2014

¿QUÉ PIENSO?

Siempre con deleite o con fascinación morbosa, he mirado lo diminuto, queriendo romper con mis ojos ese eterno mínimo. Siempre tratando de entrar en el brillo iridiscente de cada una de las gotas de rocío, siempre intentando medir el porcentaje de mar o de río que hay en cada lágrima. Siempre tratando de entender qué ruta al infinito está marcada en cada nervadura de las hojas de las planticas que crecen esperanzadas alrededor de las oquedades húmedas de los muros y, así mirar el universo divino que tiene el verde del moho junto a la gota que quiere entrar a penetrar la roca. Gotas de tantas densidades, de tantas luces, de mundos dentro de otros mundos, cuyos habitantes también como yo, estarán mirando ahora mismo, otras gotitas.

Hoy, con esas gotas, he recordado un texto donde las gotas son de tinta sobre papel periódico.


Ana Lucía Montoya Rendón
Agosto 15 del 2014

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